El calor cae estos días como si de una masa viscosa se tratara, pegadiza y maleducada, pues nos invade sin permiso. Cada gota y cada partícula de esa masa impregna el calor directamente en cada poro y en cada célula de nuestra epidermis, atravesándola con descaro para llegar hasta los mismísimos huesos, que parecen que van a doblarse maleados por la blandura que provoca ese calor.
La piel suda, en particular el cuero cabelludo, hasta que nuestra cabeza se convierte en un verdadero surtidor. Gota tras gota empapan el pelo y discurren por la ley de la gravedad hasta las cejas, las orejas y, como no, la punta de la nariz, donde se agolpan hasta caer sobre la camisa, ya llena de lamparones por las gotas que le han precedido. No hay paquete de pañuelitos de papel que absorba tamaña profusión sudorípara, tan real como exagerada pueda parecer.
No hay quien pueda con "la caló", a pesar de que nos hemos criado con ella, pero no parece ser algo a lo que un cuerpo normal se acostumbre. A pesar de todo la mayoría espera ansiosa el verano con el calor para justificar sus vacaciones en la playa. Si no tuviésemos verano y estos calores tan espantosos, nos quejaríamos de no tenerlos para salir pitando a la playa.
Y es que el que no se consuela es porque no quiere.
Por Cástor y Pólux.
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