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sábado, 25 de agosto de 2012

PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE (Y LA VIDA) A ALTAS HORAS DE LA NOCHE, por Pólux.

PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE (Y LA VIDA) A ALTAS HORAS DE LA NOCHE.
por Pólux.

Hace algún tiempo mi padre decidió revisar la ingente cantidad de papeles que tenía en su despacho (cartas comerciales, listados de producto, copias de pedidos, etc.), acumulados durante casi cuarenta años de profesión. Allí salió a la luz de todo, pues tuvo la costumbre durante toda su vida de no tirar nada. Olvidado en un rincón apareció un grupo de papeles que mi padre reconoció de inmediato.
- Échale un vistazo a esto, a ver si encuentras algo interesante -me dijo-.
Libro copiador de cartas.
Había un libro copiador de cartas que contenía 696 cartas escritas entre 1832 y 1868 (entonces ni siquiera había papel de calco –o papel carbón-, inventado a finales del siglo XIX), dirigidas a proveedores, clientes y, muchas de ellas, al Marqués de Campo Nuevo, por aquel entonces dueño de tierras en la granadina ciudad de Loja, de la que, por cierto, era natural mi padre. También había escrituras manuscritas de transmisiones de varias generaciones anteriores a la mía, sentencias dictadas por un tío abuelo de mi madre que era magistrado juez, y otros muchos documentos, la mayoría de ellos de difícil lectura para quien no está habituado, como yo, a aquella antigua letra y forma de escribir documentos oficiales, que contenía expresiones hoy en desuso. Aquel legajo contenía un trozo de historia olvidada.
Pero entre aquellos documentos comerciales, notariales y judiciales apareció un folio que contenía un escrito que nada tenía que ver con los demás documentos. Por su aspecto pertenecía a la misma época que los otros, pero su contenido era distinto. El escrito expresaba unas ideas muy personales sobre la muerte. Me impactaron sus palabras por varios motivos. Por un lado no me esperaba encontrar algo así con esos documentos. En ese sentido fue una sorpresa. Por otro lado me acercó en el tiempo a un antepasado, me hizo sentir sus inquietudes y sus preocupaciones. Su pensamiento revivió en mí después de tanto tiempo. Y por último me impactó lo cercanas que estaban esas palabra e ideas de las mías propias. Me sentí identificado con alguien cuya sangre compartía, con alguien que ya había recorrido el camino que yo estaba atravesando, y eso relativizó aún más mi percepción de la existencia. “Nada nuevo hay bajo el sol”, reza la máxima. Y así me sentí, incapaz de elaborar nada nuevo. Por original que sintiera mi pensamiento, siempre había alguien que lo había tenido antes. Pero también me sentía extrañamente libre, pues mis pensamientos eran originales en el sentido de que los había elaborado por mí mismo, sin la influencia que ahora descubría. Es distinto tener un pensamiento y descubrir después que otros muchos lo han tenido ya, a descubrir directamente un pensamiento en los demás y hacerlo mío. La sensación de libertad que produce el primer caso es único, si bien el resultado final es el mismo, el de tener ideas propias, sean elaboradas por uno mismo o sean hechas propias tras la elaboración de otros.
Paso sin más a transcribir el escrito que encontré:

¿Qué es esta sensación? Parece que va y viene, pero en realidad está aquí, dentro de mí, y aparece y desaparece, o más bien se muestra o no. Horadó lentamente mi interior hasta acabar anidando en él.
Anhelos de infinitud
Esa sensación es la tensión que me produce vivir en una polaridad. Por un lado vivo el polo de la “plenitud” (o “eternidad” o “infinitud”). Todo cuando deseo o cuanto quiero, lo deseo o lo quiero para siempre. Es el anhelo de que no acabe, la resistencia al cambio, la perpetuación de lo que agrada frente a su fin. Cada instante en que amo a una persona tengo el anhelo de amarla siempre, de estar junto a ella siempre. Podría resumir este polo con la siguiente frase: “no quiero perder aquello que tengo y deseo”.
Por otro lado vivo el polo “de lo perecedero” (o “limitado” o “finito”). Es un hecho que impone la propia realidad. Todo aquello cuya realidad me afecta es perecedero o cambiante (en cuanto que el cambio implica el perecer del anterior estado). Nada permanece, y menos aún la realidad personal de sentimientos, deseos o anhelos. La propia vida tiene un límite que se llama muerte. Es el límite físico y real de todo lo físico y real y de todo lo que no es físico y real (anhelos, deseos, sentimientos). Al menos eso es lo único que se muestra a mis ojos y a mi razón. Más allá no veo nada, sólo eso puedo decir.
Y es la conjunción en mí mismo de esos dos polos, la forma unitaria en que forman parte de mí ,lo que crea una tensión que se manifiesta como desazón, angustia, desesperanza, tristeza, ira … ¿Cómo deseo para siempre lo que sé que nunca lo será? ¿Por qué anhelo infinitud cuando sé que sólo hay finitud? ¿Por qué quiero lo que no puedo tener?
La cuestión no es encontrar una explicación a lo que parece una sinrazón (la psicología nos puede dar muchas pistas y explicaciones). No. La cuestión es cómo vivir afrontando esa “dicotomía”, cómo aceptar la muerte, el fin de todo, cuando anhelo justo lo contrario.
Quisiera hacer una aclaración en este punto. Desearía hacer ver que para una persona no religiosa como yo la muerte es un hecho frente al que no queda más que su aceptación. Incómodo o no, así es. Y así acepto la muerte, como fin de la existencia. Pero la muerte como parte del polo “de lo perecedero” es un concepto distinto. No es ya la muerte como fin existencial, sino como fin del anhelo de infinitud, y éste es un deseo de infinitud. Es decir, podría tipificar la idea de muerte como fin existencial diciendo que nazco para morir, que nacer implica morir, y como tal hecho lo acepto. Y podría tipificar la idea de muerte como fin del anhelo de infinitud diciendo que la muerte es el polo que contradice uno de los pilares de la vida, el deseo y anhelo de vivir. Es esta contradicción la que me angustia, y no la idea de muerte como fin existencial.

Una vez aclarado este punto me pregunto ¿estaré planteando algo mal?, ¿será esa contradicción fruto de mis creencias? Creo que más bien es al revés, que mis creencias son fruto de mi experiencia en la existencia. Y lo creo así (sólo lo creo), porque siento la contradicción como algo muy interiorizado, muy radical dentro de mí, como algo que está en los cimientos mismos de mi vida (y tal vez por eso me haga tambalear).
No puedo probar nada, ni creo que nadie pueda, por eso esto que escribo no tiene (ni lo pretende) intención de convencer o explicar, tan sólo de describir un sentimiento que se apodera de mí y que, a veces, hace que mi corazón palpite rápido y desconsolado.
Y vuelvo a preguntarme ¿cuál es mi naturaleza que hace que desee lo que mi razón sabe que no puede ser?, ¿por qué estoy hecho de forma que por naturaleza el desconsuelo sea parte de mí?, ¿por qué me pregunto tantos “por qué” si sé de antemano que no puedo responderlos?. Sólo sé que lo que sé nada me aclara de lo mucho que no sé. Sólo sé que mi desazón, mi angustia y mi desesperanza son reales, y esta noche me han despertado y no me han dejado dormir. Y así lo he querido escribir. Nunca sé qué puede despertarme esta tristeza (a la que a veces creo que no tengo derecho), pero creo que esta vez ha sido el sonido de las olas del mar, una realidad que parece imperecedera.

El texto no tenía fecha ni nombre, así que no estoy seguro que fuera de la misma época que los documentos con los que lo encontré ni que fuera escrito por alguien cuya sangre circula por mis venas, pero así quiero creerlo.
Y esa alusión final al sonido de las olas del mar no hacía más que ratificar mi conexión con quien lo escribió, pues me recordó cuántas veces ese mismo sonido me inspiró sentimientos parecidos a los que expresa, y como hace años le había puesto de título “Las olas del mar” a una historia que le escribí a mis sobrinos (por cierto publicada en Obtentalia), queriendo reconocer con ese título la importancia que en mi vida siempre ha tenido el mar como símbolo de vida, de eternidad, de lo inevitable, y como realidad natural con la que puedo fundirme por un instante.

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