La seguridad
en uno mismo, la fortaleza interior, es una de las características que
más ayuda a vivir, aunque por supuesto, no es garantía de nada, pues aunque a
priori es una buen base sobre la que cimentar, por sí misma no sirve de mucho
si no va acompañada de los actos necesarios para hacerla valer. Por ejemplo, la
seguridad en uno mismo sin capacidad para actuar, limita enormemente sus
efectos positivos.
Por desgracia
la seguridad en uno mismo no se adquiere fácilmente si no se tiene. De hecho el
no tenerla se debe a que el carácter que ha emergido en la persona lo ha hecho
carente de este fundamento. Es precisamente en la emergencia del carácter, en
las etapas de su formación, cuando de debe adquirir esa seguridad. Y o la
naturaleza nos dota generosamente de ese don, o nuestros padres deben suplir su
falta con su ayuda y dedicación para proveernos lo máximo posible de ella. De
los padres (incluidos nosotros, aunque existirá la excepción que confirma la
regla), ya lo sabemos, no podemos esperar mucho. Así que volvemos a estar solos
frente a la vida para superar las deficiencias personales cuyos negativos
efectos han sido incapaces de minimizar unos padres generalmente inútiles para ello (en muchos casos los padres sólo sirven para dar de comer, hacer fotos, desahogar sus malos momentos
con sus hijos y poco más, suerte que la gracia que hacen los niños pequeños
suele llevar a muchos padres a tratarlos con cierto cariño, más inconsciente
que consciente).
Si aún después
de sobrevivir a la pubertad y a la adolescencia en casa de los padres tenemos
fortaleza interior, es porque la naturaleza nos ha regalado ese don. Y esa
seguridad y fortaleza es casi lo único que nos servirá para enfrentarnos a los
problemas de la vida, a los demás. Y cuidado de no confundir el orgullo con la
fuerza interior, pues de lo primero está rebosante el mundo y casi siempre
acaba volviéndose contra uno mismo, mientras que de lo segundo carece el mundo
y sólo se dirige, cuando así lo queremos, contra los demás.
La seguridad interior
en uno mismo nos hará obviar convencionalismos inútiles, evitar la presión
social, sobreponernos a los “empujones” de los demás y a soportar sus injusticias
e imbecilidades, que son también las nuestras.
Por Cástor y Pólux.
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